El viernes 26 de octubre se presentó en la Feria del libro Ricardo Palma de Miraflores, la segunda edición de «El Laberinto de la choledad» (Fondo Editorial UPC- 2012), de Guillermo Nugent [a.k.a Willy], texto publicado originalmente en el año 1992. Los comentaristas fuimos Jorge Nieto y yo, antecedidos por la decana de facultad de comunicaciones y periodismo de la UPC. Haciendo clic acá se puede obtener una vista previa de unas 20 páginas de la nueva edición de ELCH.
Mientras se acercaba la fecha de la presentación, pensando en qué decir sobre el libro, me vi en medio de algunas discusiones entre caseras y politicosas sobre el paso de los últimos 20 años y las «marcas» que como sociedad registramos: el golpe fujimorista, la oleada de atentados en Lima, la captura de Abimael Guzmán, la masacre de La Cantuta… Me pareció entonces que debía esforzarme por pensar en el libro y su época de otra manera, desde otro ángulo. Y en ese camino, encontré otros puntos de apoyo. Ahí abajo dejo el texto que leí el viernes.
————————————————————————-
En su último libro, publicado hace unos pocos meses,[i] el poeta peruano Mario Montalbetti incluye un poema que empieza con una pregunta. La pregunta es a la vez el motivo examinado explícitamente en el poema. El poema, aún no me queda claro si con intención trágica o humorística, se titula Introducción a la metafísica. La pregunta es ¿Por qué hay peruanos en lugar de no haber peruanos?
Veinte años antes, en 1992, se fechan los últimos poemas de El Sordo cantar de Lima,[ii] libro en el que Chacho Martínez envuelve con el subtítulo de Poesía descarriada, textos en los que habla “el hombre que ha perdido su centro y vaga en los páramos de los márgenes buscando su identidad”; condición que atribuye a “millones de peruanos que no encajan en el orden establecido” y que “no encuentran un molde antropológico que los haga inteligibles a sí mismos”.
¿Preguntarse por algo que no es?
¿Por qué hay peruanos en lugar de no haber peruanos?
En El Laberinto de la Choledad, publicado hace veinte años, Willy Nugent denuncia la gestación y la reproducción de una suerte de meta-nación, un universo paralelo a la realidad que se propone a sí mismo como imagen esencial de la nación peruana, una proyección fantasiosa de un orden primigenio en el que la trayectoria vital de blancos, indios, mestizos está determinada de antemano e intenta supervivir, aún cuando la experiencia cotidiana muestra que este orden no es tal y que ante los individuos y las colectividades se ofrecen distintas posibilidades de ascenso y caída.
En función de esta idea, de manera audaz, Nugent nos exhorta a abandonar “cualquier identidad metafísica llamada “Perú”” en tanto “antes que una representación colectiva, el término ha generado una suerte de obnubilación colectiva que ha servido para desconocer el terreno de las experiencias”
En el desmontaje de ese Perú, mas que fallido, imaginado, la denuncia de Nugent es a la vez una apuesta por el conocimiento que proviene de la experiencia cotidiana, directa, una vindicación del mundo de las sensaciones. Antes que al engaño o al extravío, el laberinto refiere el impulso de buscar orientarse en un orden social que, aunque el discurso del poder lo niegue, ha trasladado su eje de lo vertical –un edificio social- a un espacio confuso pero definitivamente horizontal: la choledad.
En el sentido del cuestionamiento a una fantasía de orden, el texto que esta noche nos convoca, contiene una de las más sugerentes definiciones de lo cholo. El Cholo del Laberinto no se define primordialmente por su color de piel, por su forma de hablar el castellano, mucho menos por ser portador de una esencia cultural particular. Los Cholos y Cholas del Laberinto son, cito “gente que persiste en estar fuera de su lugar y su presencia perturbadora es cada vez más fuerte”.
Por su potencia crítica, esta definición tiene hoy indudable vigencia como punto de partida para quienes se propongan ir más allá de los discursos sobre algo así como “el carácter predominantemente racista” de la sociedad peruana, que en sus versiones más difundidas soslaya que el insulto que tiene por objeto el fenotipo, el mote, o la caprichosa ortografía del nombre propio, antes que expresar el deseo de excluir, expresa la voluntad moral y política de subordinar a las mayorías al arbitrio de un poder que no quiere reconocer lo evidente y por el contrario busca en las minoritarias pieles más pálidas y en los apellidos europeos una auto-justificación de sus espacios de privilegio, que no son otra cosa que la materialización de su negación enfermiza a participar de los hechos nacionales en igualdad de condiciones con las cholas y los cholos, es decir, su negativa a asumir valores propiamente ciudadanos y públicos (en choledad).
En El Laberinto…, se identifica el mecanismo que en nombre de la historia y con el concurso de unas ciencias sociales refugiadas en una matriz historiográfica, paradójicamente se abstraen de la historia entendida como fluidez y redefinición, para fijar todas las claves de nuestra convivencia en un tiempo inalcanzable y cerrado. Por esta vía Willy Nugent recusa entre otras cosas ideas usadas para explicar la violencia como constitutiva de nuestras relaciones sociales, como “la tradición autoritaria”, postulada por Tito Flores Galindo, quien devendría en héroe intelectual para un sector de la izquierda local, y se aproxima mas bien a lecturas que sitúan el eje en los procesos de modernización, como la movilidad social frustrada que Carlos Iván Degregori identifica como base de la radicalización política de ciertas capas sociales desprendidas del campesinado. El texto de Nugent entra en diálogo con estas referencias, que con distinta fortuna, formaban parte del clima intelectual en los años previos al derrumbe de la costosa fantasía del partido gonzalista.
En El Laberinto… pueden rastrearse con nitidez los cimientos de las elaboraciones que Willy Nugent ampliará en años más recientes:
En la lectura de las barriadas como el lugar de la infinidad de imperceptibles cambios cotidianos que derivarán en las transformaciones definitivas de nuestro rostro urbano, encontramos ya anunciado el camino textos como Vindicación del ingenio, y su variante imperfecta, pero sugerente, Elencos ingeniosos, que todo parezca igual para que todo cambie publicada por DESCO en 2006,[iii] del que se desprende como pendiente a profundizar la idea de “asociaciones” entre los actores sociales y los objetos de su actuación, en la línea de la cultura material en la que aún infructuosamente yo misma trato de militar en mis exploraciones profesionales a la relación entre ciudadanía y urbanización.
Hablando de lo material, a esta altura debo decir que la reedición de este texto era más que necesaria. El Centro de Documentación de DESCO conservaba una única copia anillada, que usé hasta que de la UPC me envió la pre imprenta. Nadie puede negar que, aunque el feliz hallazgo del título es continuamente citado y las fotocopias son a nuestra cultura intelectual lo que polvos azules a nuestra cultura cinéfila, la actualidad de los asuntos que aborda El Laberinto… reclamaban este nuevo tiraje.
Para continuar con las conexiones entre las preocupaciones intelectuales del El laberinto… y la producción más actual de Willy Nugent, no es difícil identificar que el cuestionamiento a la fantasía jerárquica responde a la misma inquietud de la crítica presente en El Orden Tutelar, publicado en 2010.[iv] Por cierto, los señalamientos respecto al poder tutelar, se inscriben en una tradición anticlerical que reclama más y mejores cultores en un país donde la iglesia católica proyecta con fiereza su rigidez y su odio paternalista y misógino a diversos aspectos de nuestra vida pública.
De vuelta a inicios de los noventa y por señalar una vez más un dato de clima de época, Pablo Guevara, en el alucinado prólogo a Tromba de Agosto –otro artefacto cultural que cumple ahora veinte años[v]– escribe: “Los peruanos estamos recién aprendiendo a saber distinguir cada vez mejor entre Inconciencia/Conciencia y esto sólo es posible cuando los individuos se liberan de tutelas y paternalismos, Hablan y sueñan y sienten y piensan con sus propias mentes y cuerpos y no con cuerpos extraños”
Liberarse de tutelas y paternalismos precisa de una postura intelectual que cuestiona la representación, el símbolo, la imagen nacional o el proyecto partidario, si en su materialidad, que es la manifestación más radical de nuestra vivencia del símbolo, este nos agrede, nos hiere. Una postura intelectual desde la que es válido preguntarse, siguiendo a la voz de la muchacha que participa de la manifestación en la plaza, por qué las telas de las banderas raspan. El verso, de Roxana Crisólogo,[vi] no por gusto, lo cita Nugent en el artículo de 2006 que cité antes.
Del mismo modo en que el feminismo radical y los libertarios no se detienen únicamente en la manifestación machista, sino que señalan el orden patriarcal que requiere del machismo para su mantenimiento, más que la denuncia del racismo, este texto es la denuncia, la deconstrucción del orden jerárquico que alimenta el racismo y define el choleo como la forma más peruana del desprecio. El choleo antes que un ideal de exclusión, es la apelación al ideal de la subordinación de los cholos y las cholas –es decir, de las mayorías nacionales, populares- en un cierto orden jerárquico, un espacio social, en el que, al modo de “Babilima”, la Babilonia Somnolienta de Martínez, “no hay noche ni día”, sino que “entre la niebla es difícil saber quién te habla, quién te ama, quién te escupe”.
En los versos de Martínez vemos “millones de cabezas clavas derruidas por el insomnio enfilan el camino de las moscas”, oímos “agitaciones de lenguas y otra vez la oscura mar de las arenas, tumultuosa, ofreciendo el espectáculo del más nítido fresco del s. XX” Su texto contemporáneo, El Laberinto de la Choledad, tentó una aproximación a ese espectáculo, a ese fresco del siglo XX peruano y aún dos décadas después, de la invención de la choledad a la fortaleza de la choledad, nos sigue interpelando, cosa que no queda más que agradecer y aplaudir.
[ii] Publicado en marzo de 2003 bajo el sello Ediciones de los lunes.
[iii] En: Nuevos rostros en la escena nacional. Serie Peru Hoy Nº 10. DESCO, Lima, 2006.
[v] Tromba de Agosto, del poeta Jorge Pimentel, recientemente re-editado por el sello Lustra Editores.